Debo empezar aclarando que yo no hice la mili. Creo que es allí donde te
enseñaban que uno no se debe presentar voluntario ni para recoger billetes de mil
euros (pesetas en mi tiempo)
Esta falta de formación castrense fue la que me empujó a dar un paso al frente
cuando nuestra maravillosa coordinadora Paula pidió que alguien de ASICAS
colaborara los días 4 y 5 en el encuentro que iba a tener lugar en el Calatrava.
No os quiero engañar; me imaginé participando en sesudas mesas redondas,
donde con aplomo y convicción exponía brillantes ideas que dejaban a todos los
participantes admirados a la par que boquiabiertos.
Fue Laura, (nuestra Trabajadora Social y mi gran descubrimiento personal de
este encuentro) la que me hizo aterrizar. Asicas se ocupaba de la parte de logística,
que no consistía, como por un momento supuse, en resolver profundos acertijos tipo:
¿quién está sentado al lado de Marta si su marido lleva un jersey verde? o ¿qué arma
usó la señorita Violeta en el jardín para cometer su crimen? No, se trataba más bien de
recibir a los autobuses que llegaban, en mi caso del occidente de Asturias e indicar a
los chavales como acceder al Calatrava. Pan comido. Como soy un profesional hice un
reconocimiento previo el día antes para tener controladas todas las variables. Ja.
El día 5, tras saludar al resto de organizadores, me coloqué en mi posición lleno
de entusiasmo. Primer autobús con un cuarto de hora de adelanto. Perfecto. Profesora
amable, indicaciones claras y un grupo que se dirige en orden y concierto a la rampa
de acceso. Esto va a ser una gozada. A continuación, un segundo autobús. Y en ese
momento un taxi/furgoneta del que se bajan unos cuantos chavales. Mientras atiendo
a los chicos del taxi, una horda de adolescentes se acerca caminando desde otra
dirección y un nuevo autobús para, en esta ocasión en la acera contraria. Las
pulsaciones suben. Durante la siguiente hora cruzo la calle en ambas direcciones de
forma frenética mientras los autobuses rememoran el desembarco de Normandía, en
este caso sobre asfalto. Llegan por todas partes, estamos rodeados. Por fortuna,
contaba con mi compañera Noemí a pie de rampa, dos policías municipales, uno en
cada paso de cebra (gracias, gracias, gracias) y un oso navideño estratégicamente
colocado por el ayuntamiento para servirme de referencia. Cuando miro el reloj ha
pasado más de una hora y solo me quedan dos grupos por recibir de mi zona, pero a
cambio me han llegado ocho que no me correspondían. Gracias a Laura, que está en
todo, aparecen mis dos autocares perdidos; han llegado por la otra entrada. Queda
demostrado que consultar los mapas que la organización les hizo llegar es de cobardes.
Al fin puedo dirigirme al Calatrava a disfrutar del encuentro, pero al llegar allí me
comunican mis compañeros de la otra puerta que falta uno de sus autobuses, así que
vuelvo a mi puesto por si aparecen por allí. Media hora gélida más tarde nos
comunican que los chicos de ese autocar están dentro. No han pasado por ninguna de
las puertas, así que suponemos que han alquilado un helicóptero, se han lanzado en
paracaídas o han descubierto el fenómeno de la teletransportación. A esas horas ya da

igual. Todos los chicos, más de un millar, están distribuidos por talleres y es el
momento de confraternizar con otros voluntarios, de intercambiar experiencias, de
descubrir gente encantadora y solidaria. A las 12 llega el momento de conducir a
aquella masa ingente de hormonas con patas al Auditorio para la entrega de premios,
pero contra pronóstico todo sale bien, milagros de las cosas bien organizadas. La
entrega de premios es una ebullición de testosterona, teléfonos móviles y gritos, pero
todos fuimos adolescentes, aunque yo ya no me acuerde. Era bonito contemplar la
emoción de los ganadores y la celebración de sus compañeros, más propia de una final
de Champions League que de un concurso de carteles, pero que te transmitía su
entusiasmo. Finalizado el acto, queda la exposición de carteles, las fotos de los chicos,
los selfies, los selfies, los selfies…¿he mencionado ya los selfies?
Por fin, cada grupo se fue yendo a sus lugares de origen. Estoy seguro de que
para muchos fue un día de excursión justo antes de un hermoso puente. Pero también
creo que esa semilla plantada ayer va a germinar en muchos de ellos, más temprano o
más tarde, quizás cuando descubran que no son inmortales, quizás cuando algún rayo
caiga cerca de ellos, quizás por pura solidaridad. En todo caso bienvenidos serán. No
podemos cambiar el mundo pero si podemos mejorar la vida de algunas personas y
ese es un objetivo que merece la pena y mucho.
Solo me queda dar las gracias, ahora en serio y de todo corazón, a ASICAS por
dejarme ser parte de esto, por haber tenido el orgullo de poder representarnos, de dar
visibilidad a nuestra asociación, de sentirme parte de algo tan grande.
Gracias compañeros y a seguir luchando, a ser posible, siempre con una sonrisa.

Manuel Menéndez

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